Larga vida al rey

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Rocketman | Godzilla II: El Rey de los Monstruos | El Artista Anónimo

⋆ ⋆ ⋆ ⋆ ⋆ Deje todo y corra a verla
⋆ ⋆ ⋆ ⋆ No se la pierda
⋆ ⋆ ⋆ Vale la pena
⋆ ⋆ Puede verla
⋆ No se moleste
•Evítela como la plaga

El Entremés

⋆ ⋆ ⋆ Vale la pena

El no conocer casi nada, sobre todo de su música, no fue impedimento para que este Cinéfago pudiera adentrase a la vida y obra de Sir Elton John a través de su película autobiográfica Rocketman, una ópera rock que recorre desde su traumática infancia hasta su renacimiento personal y artístico, pasando por los claroscuros de la fama y los excesos a través de sus éxitos musicales que lejos de adornar las escenas de amor, desilusión, luminosidad u oscuridad, son canciones que con sus letras otorgan una textura emocional a lo que sentía Elton John en determinados momentos claves de su vida.

La intención es clara, desde el inicio vemos a un Elton John con un atuendo de diablo naranja, con lentejuelas y acampanado de las extremidades, y mientas va contando a un grupo de apoyo para adicctos sus vivencias, caídas y triunfos, observando cómo se va desprendiendo (exorcizando) de ese mefistofélico traje para quedar poco a poco “desnudo”, no en paños menores, sino en alma y psique. Así, al presenciar momentos claves de la infancia de Elton, uno entiende y agradece, que el personaje haya tenido un piano a la mano y encontrado en la música un fuego purificador de sus emociones y sentimientos, que aunado a un vestuario estrafalario, colorido y extravagante, se convirtieron no sólo en la muestra viva de lo camp (toma eso Gala MET 2019), sino como una especie de coraza ante la estigmatización que representaba la homosexualidad en la década de los 80.

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“La música tiene poder de curación”.

Como quien recuerda su vida, la estructura de la cinta no sigue un orden cronológico riguroso o exacto, pues la ambientación arroja suficientes pistas para identificar los cambios de época en vez de poner títulos del año y/o lugar (ni que estuviéramos en la secundaria),  y a veces entremezcla pasado con el presente que se muestra en pantalla, algo que dan una sensación onírica o de recuerdo; como cuando en un plano secuencia disimulado pasamos de Elton niño a Elton joven cantando una canción que celebra los sábados por la noche, o cuando Elton adulto ve, en el fondo de la piscina (y de la adicción) a Elton niño, o cuando en el concierto de los Dodger la música parece que lo hace flotar junto con el público. El asunto de la homosexualidad, la adicción al alcohol y a las drogas se logra dibujar de manera general, en realidad no ahonda en ninguna pero tampoco la niega, faltando una exploración más clara sobre su adicción a las compras (algo que hoy en día todavía padece Sir Elton). Así pues, los fans saldrán gozosos de ver la magnífica interpretación intimista e introspectiva de Taron Egerton, quien no sólo decanta el exorcismo de Sir Elton John, sino que por momentos parece una copia física y vocal de él; y los que no somos fans, saldremos satisfechos de haber conocido de dientes para dentro, parte de la vida de uno de los músicos más exitosos del mundo.

Lo mejor es que la película no intenta ser conclusiva ni moralista, sólo expone, aunque eso no la exenta de presumir del pan que cocina (qué panadero habla mal de su pan), con un epílogo en el que se describe brevemente (ahora sí con letras) la labor altruista que ha tenido para combatir el VIH, así como del idilio que parece vivir actualmente con su pareja e hijos adoptados, ángeles en su vida que lo han salvado de un infernal pasado.

Interesante lo que logró Dexter Fletcher en Rocketman, y qué decir de Bohemia Rapsody: la vida de Freddie Mercury; habrá que esperar si concreta la biopic de la reina Madonna.

 

El Plato Fuerte

⋆ ⋆ ⋆ Vale la pena

Por alguna razón este Cinéfago recuerda con afecto Godzilla de 1998 (quizá porque aún era un adolecente que iba al cine en familia). De Godzilla 2014 recuerdo muy poco (había olvidado a Elizabeth Olsen), y la he considerado una película más de monstruos que destruyen ciudades por destruir, puro entretenimiento. Algo un poco distinto pasa con Godzilla: El Rey de los Monstruos (2019), pues la destrucción de ciudades parece tener un fundamento un poco más claro y por lo tanto con más sentido para el espectador y para la historia. Resulta que Godzilla y otros 17 kaijus (de los cuales sólo vemos 4 incluido un cameo de King Kong), antiguos gobernantes de la tierra y ahora sólo recordados como mitos, tratan de ser protegidos por la agencia criptozoológica Monarca; el Gobierno de EU (como siempre) los quiere destruir, mientras un terrorista ecológico los quiere liberar para restaurar el balance natural del planeta tierra (¿Thanos eres tú?).

Por un lado está Mark Russell (Kyle Chandler) apoyando a Monarca sin querer queriendo pues el terrorista ha raptado a su esposa e hija, con las que ya no vive a raíz de la muerte de su hijo menor (muerto en Godzilla 2014). Al parecer este tipo siempre tendrá la razón aun cuando es su esposa la que demostró ser más inteligente al construir un artefacto de bioacústica que permite comunicarse con los kaijus (nada más). Sin embrago cuando la Dra. Emma Russell (Vera Farmiga) decide defender su idea y dar sus razones de porqué el restablecimiento natural a través de los kaijus es la mejor solución para el mundo, es tachada de “loca” y traidora por todos y como un “monstruo” por su hija, insinuando que no tiene la suficiente inteligencia emocional para superar la muerte de ese hijo menor. Este discurso un poco sexista y misógino se equilibra con el personaje de Madison Russell (Millie Bobby Brown, la niña Stranger Things), quien al estar en medio de la separación marital e ideológica de sus padres, tomará decisiones y acciones propias que provocarán la “redención”, sino es que sacrificio, de la Dra. Emma (como buena madre); y el acercamiento afectivo (ahora sí después de años de abandono físico y emocional) de su padre con ella.

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“¿Qué puede hacer un rey contra un dios?

En fin, además de esto, la película trata de construir una historia alrededor de los kaijus y su relación con civilizaciones pasadas (mucho antes que Egipto), convirtiéndose en mitos y leyendas que ahora parecen ser la respuesta para vencer a “Ghidorah: el uno que es muchos”, es decir, un dragón de tres cabezas. Ghidorah manipulará a todos los monstruos despiertos para destruir a la civilización humana, que lejos de ser un restablecimiento del orden natural, se convertirá en una colonización alienígena. La única salvación a todo es esto será Godzilla, quien parece ser el único capaz de vencer al tricéfalo pero que no lo podrá lograr sin ayuda de Mothra, un monstruo gigante en forma de polilla y al parecer también su novia, que al igual que la Dra. Emma, dará todo (literal) para que su macho pueda vencer a Ghidorah y proclamarse así Rey de los Monstruos, pues “para sanar las heridas hay que hacer las paces con los demonios que las causaron”, o en su defecto, matarlos.

El contraste entre el amarillo eléctrico de Ghidorah y el azul radiactivo de Godzilla es visualmente atractivo, además que aprendieron muy bien de Guillermo del Toro al presentar las peleas de kaijus en medio de lluvias o agua, un truco óptico para insinuar la monumentalidad de las bestias y disimular los imperfectos de efectos visuales de los monstruos. Por su parte preguntas de cómo es que Godzilla se mantiene suspendido sobre la superficie en medio del mar, o de cómo es que nadie es afectado por la radiación que emite, son preguntas que la película nunca responderá; sólo habrá que esperar a 2020 donde este nuevo universo cinematográfico se amplíe con la entrega de Godzilla vs Kong, y tener una pista de lo que harán con una de las cabezas de Ghidorah recuperada de las profundidades del mar.

 

El Postre

⋆ ⋆ ⋆ ⋆ No se la pierda

El artista anónimo [One Least Deal (Un trato menos), Tuntematon maestri (Maestro desconocido)], se podría traducir también como una película actual de Clint Eastwood pero a la finlandesa, pues su protagonista, Olavi, es un octogenario solitario y enojado con aquello que altere su pequeño mundo y soledad, en este caso una discreta galería de arte un tanto pasada de moda que se verá invadida por la presencia tan sorpresiva como inesperada, casi irritante, de su nieto Otto, con el cual no congenia de entrada no sólo por la relación distante que han tenido en años, sino por las diferencias generacionales tanto tecnológicas como de actitud, pues la parsimonia cauta de Olavi chocarán con la inquietud traviesa de Otto.

Su modo de vida es asistir a subastas de cuadros de arte y revenderlas a un precio un poco más alto en su local, pues hay que pagar la renta del mismo y del lugar donde vive, algo que se vuelve cada vez más difícil por las pocas ventas y el alto regateo de los clientes (¿quién decide el precio del arte?). Otto, quien tiene un reporte de robo, asiste a la galería del abuelo como un requisito escolar que le otorgará puntos, y aunque al principio Olavi lo corre, termina aceptándolo porque trae entre manos un cuadro que de ser lo que cree que es, podría venderlo en una cantidad que le permitiría acabar sus días sin ninguna preocupación.

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“El arte es una necedad”.

Otto le demuestra al abuelo que no es tan malo vendiendo, así que éste lo integra a su investigación del cuadro, al parecer una obra maestra pero que no está firmada por el pintor (de ahí el título del filme), y mientras Olavi investiga en catálogos y libros tomando apuntes con libreta y bolígrafo, Otto usa Google y todo lo que una tablet ofrece a un chico (generación) Z, logrando dar con la pieza clave de la pesquisa. La faena da resultados y al parecer, aun con pequeños obstáculos que generan tensión a lo largo de la compra, Olavi obtiene el cuadro, pero ahora el problema es el comprador. Extraído de un catálogo pulcra y obsesivamente ordenado escrito a máquina de escribir, el cliente no sólo logra darle esperanza a Olavi sino tanbién a Otto, quien más que sentir que su esfuerzo ayudó al abuelo, éste le ha prometido una parte por de la venta por la inversión económica que también hizo (Olavi no acompletaba para comprar el cuadro), algo que le traerá problemas al anciano con su hija de la cual no sabe casi nada, pues en medio de una discusión se entera que ese dinero les hace falta pues tienen deudas de juego heredadas de su exmarido. 

El asunto de la venta se vuelve agridulce, pues aunque las cosas no resultaron como Olavi tenía planeado (hay un vendedor de la subasta que insiste en hacerla cansada), todo el ajetreo alrededor del cuadro lograron unirlo a la única familia que tenía, su hija y su nieto, no de la mejor manera, pero al menos con la oportunidad de enmendar en algo su enajenamiento y desinterés de años con una especie de redención (casi al estilo de El Gran Torino) que le permiten honrar su papel como como padre y heredero de conocimiento, y de algo más que harán invaluable el lazo entre Otto, su abuelo y un Cristo pintado por Ilya Repin, que nos demuestra que “el artista no es importante cuando (la obra de arte) se trata de un ícono”.

Aproveche esta belleza de película en su última semana de función.

*Cinefágo: El que tiene el hábito de comer y devorar cine.

#NosVemosEnElCine

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